Consumir una cantidad elevada de
fosfato, un aditivo muy presente en los alimentos procesados, acaba con
las ganas de hacer ejercicio, te vuelve más sedentario, y reduce la
capacidad de quemar la grasa, según un estudio.
Los expertos dicen que debemos mirar las etiquetas de los alimentos en busca de la cantidad de azúcar, sal y otros componentes, para averiguar su valor nutricional y decidir si comprarlos o no. Ahora, un nuevo estudio estadounidense ha subrayado la importancia de fijarse en los fosfatos –una partícula que contiene fósforo mineral y que sirve para reparar y fortalecer dientes, huesos y músculos– pues, según sus resultados, los que son artificiales podrían despojarnos de las ganas de hacer ejercicio, volvernos más sedentarios y reducir nuestra capacidad de quemar grasa.
La investigación, publicada en la revista Circulation, analizó el efecto de los fosfatos artificiales en ratones, y en humanos de entre 18 y 65 años, tras 12 semanas y siete días, respectivamente. Los resultados con los animales mostraron que los que habían comido alimentos ricos en fosfatos pasaron menos tiempo en la cinta de correr y tenían menos capacidad para quemar la grasa, que los que no tenían ese componente en sus dietas.
Opta por alimentos frescos, sin envasar, o por productos que no contengan aditivos identificados con la letra E entre sus ingredientes
En el caso de los humanos pasó lo mismo, los que ingirieron fosfatos artificiales dedicaron menos tiempo al ejercicio físico que los que optaron por productos naturales sin procesar. Según datos de la Sociedad Española de Nefrología (SEN) el organismo necesita al día una cantidad de 700 mg de fósforo para desempeñar correctamente sus funciones, sin embargo, el consumo suele ser mucho más elevado, entre dos y tres gramos en España.
Identificar la cantidad de fosfato en los alimentos procesados
El problema del fosfato se encuentra en la forma inorgánica, es decir, la que se encuentra en los productos procesados y que son añadidos como aditivo alimentario para conseguir prolongar el tiempo de vida de un producto, o mejorar el sabor de otros. Según el estudio, entre el 40% y el 70% de los alimentos procesados más consumidos en Estados Unidos contiene fosfatos artificiales.
Además del aumento de la tendencia al sedentarismo, un problema en el caso de los deportistas, el exceso de fosfatos puede provocar daños en el riñón –el encargado de su regulación–, y acelerar el proceso de envejecimiento, pues activa la calcificación de los vasos sanguíneos y afecta a los huesos.
Por ello, los autores del estudio recomiendan que se facilite la identificación de la presencia de fosfato en las etiquetas de los productos envasados. En el caso de la Unión Europea, actualmente los aditivos se indican por una E seguida de diversos números (E-338-452), pero no se especifica la cantidad de fosfato, por lo que es conveniente que los consumidores se instalen aplicaciones en el móvil que ayuden a detectar estos aditivos.
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