Para el tratamiento de la artritis reumatoide se requiere un enfoque multidisciplinar; es precisa una relación constante entre fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, podólogos, servicios sociales y cirujanos para estar al día de los progresos del paciente y de los nuevos desarrollos terapéuticos.
Los medicamentos que se utilizan para la artritis reumatoide tienen efectos secundarios, por tanto, cualquier tratamiento a aplicar implica la necesidad de considerar que es mayor el beneficio que el riesgo. Además, el carácter variable de la enfermedad obliga a reajustar el tratamiento en un mismo paciente. Al final será el enfermo quien decidirá si asume el tratamiento después de disponer de toda la información posible.
El tratamiento de la artritis reumatoide se puede clasificar en varios grupos:
Un grupo engloba los medicamentos que se encargan de aliviar el dolor y la inflamación a corto plazo; estos son útiles para disminuir la inflamación y sobrellevar el dolor del “día a día”, pero no intervienen en la evolución de la enfermedad a largo plazo. En este grupo se incluyen los antiinflamatorios y los corticoides. Los antiinflamatorios no esteroideos, o AINE, son medicamentos cuya respuesta varía en cada persona, y su elección se basa en las características del paciente (edad, respuesta individual anterior, insuficiencia renal, hepatopatía crónica, enfermedad ulcerosa...). A veces es necesario probar varios AINES hasta conseguir los efectos deseados (dejando que actúen al menos dos semanas a dosis plenas). La administración de glucocorticoides por vía oral y a dosis bajas, se emplea cuando los AINES no controlan adecuadamente el dolor y la impotencia funcional, o están contraindicados; se utilizan siguiendo las indicaciones particulares que el reumatólogo conoce, y permiten en muchos casos la mejora de la calidad de vida a largo plazo.
Otro gran grupo incluye fármacos que no sirven para el dolor en un momento determinado, sino que actúan haciendo que sea menor la actividad de la enfermedada largo plazo; es decir, retrasan la progresión de la enfermedad. Son los llamados fármacos modificadores de la enfermedad (FAME). Estos fármacos pueden no ser eficaces en el 100% de los enfermos, y esto hace que el médico tenga que prescribir varios de forma secuencial hasta encontrar aquel que sea más eficaz y mejor tolerado. Hay que tener en cuenta que son fármacos de acción lenta y tardan en hacer efecto semanas, e incluso meses. Los más representativos de este grupo son metotrexato y leflunomida, muy eficaces y rápidos en su actuación. Otros como sales de oro, cloroquina, sulfasalacina, ciclosporina A… se suelen emplear cuando los primeros no se toleran o no han sido eficaces. En general, requieren un control por parte del reumatólogo y una estrecha colaboración del paciente.
Fármacos biológicos: cuando no se consiguen los objetivos con los medicamentos anteriores se aconseja iniciar un tratamiento con anti-TNF (infliximab, etanercept, adalimumab) o tocilizumab. Están en desarrollo otros fármacos para añadirse a este espectro de herramientas terapéuticas en un futuro próximo.
Inhibidores de las quinasas JAK que son enzimas involucradas en la patogénesis de numerosas enfermedades inflamatorias y autoinmunes. Se trata de fármacos (como Baricitinib) que interfieren con las distintas citoquinas –proteínas que desempeñan un importante papel en la regulación de las funciones de las células del sistema inmune– y ofrecen un buen control de la enfermedad, y aunque la experiencia clínica con ellos es reciente y limitada los especialistas los consideran un importante avance en el tratamiento de las enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide.
Otros procedimientos: infiltraciones de las articulaciones con corticoides, cirugías correctoras de algunas deformidades, férulas u otros dispositivos ortopédicos, etcétera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario