La calentura o fiebre es parte de la defensa que el organismo pone en marcha frente a una agresión. Aliarse con ella para potenciar esa defensa es la mejor manera de superarla y salir fortalecido.
El ser humano tiene regulada su temperatura corporal para que se mantenga constante alrededor de los 37 ºC. Como los demás animales herbívoros y frugívoros, se defiende del calor refrigerándose con la sudoración.
Los
animales que no sudan, como los carnívoros, lo hacen a través de la
respiración, aumentando la frecuencia respiratoria y la evaporación con
la boca abierta y sacando la lengua. El sistema nervioso equilibra las pérdidas y
los ingresos calóricos para mantener la temperatura constante. Por
motivos diversos, la temperatura corporal puede aumentar por encima de
lo normal.
La fiebre es el aumento prolongado de esa temperatura
corporal. Cuando la elevación es pasajera, por ejemplo tras un gran
esfuerzo físico o un baño caliente, no se habla de fiebre sino de hipertermia.
Habitualmente, por comodidad, la temperatura corporal se mide en la axila,
y el valor normal suele ser de unos 36,4ºC a primera hora del día y de
unos 37 ºC por la tarde, aunque las cifras varían según la persona. La temperatura más exacta es la rectal y suele ser un grado superior.
Otra opción es tomarla en la boca, donde puede alcanzar medio grado más que en la axila. A la fiebre se la llama también pirexia, e hiperpirexia cuando se superan los 39 ºC. Si la temperatura solo sube unas décimas, es una febrícula.
Los niños suelen tener fiebres más intensas o elevadas, debido a la vitalidad de su sistema inmunitario, lo que suele ser signo de buen pronóstico.
Una respuesta del cuerpo
La mayoría de las veces la fiebre es de origen infeccioso.
Los microorganismos introducen sustancias tóxicas en el organismo y
este responde. Traumatismos, hemorragias y hematomas, inflamaciones no
infecciosas, golpes de calor… pueden liberar sustancias internas que
también activan el mecanismo de la fiebre.
Y existen situaciones
emocionales que, al incidir directamente sobre el sistema nervioso,
desequilibran los centros reguladores de la temperatura y producen
fiebre. La fiebre se inicia con escalofríos acompañados de temblores,
carne de gallina, castañeo de dientes… en un proceso que pone en marcha
el aumento de calor en el cuerpo contrayendo los vasos sanguíneos,
disminuyendo la pérdida de calor e incrementando el tono y la actividad
muscular.
Con el aumento de temperatura corporal se elevan el número de pulsaciones y la frecuencia respiratoria. La orina se vuelve densa, se pierde el apetito, aumenta la sed y se tiende al estreñimiento y a la pesadez o dolor de cabeza.
Actuar ante la fiebre
Al contrario de lo que puede parecer la fiebre no supone una pérdida de control por parte de los sistemas de homeostasis
o autorregulación del organismo, sino más bien un acto de solidaridad y
coordinación entre los sistemas y órganos que lo componen.
Como es más fácil suprimir la fiebre que esperar a que haga su efecto, y no tenemos tiempo para cuidarnos, lo habitual es tomar un antitérmico sin escuchar al organismo
ni solucionar las situaciones que la producen. Pero eso equivale a
cortar el cable de la luz roja que nos indica la falta de aceite en el
coche en lugar de añadirlo al depósito.
Siendo la fiebre un proceso defensivo
no hay que suprimirla de forma sistemática. Como decía el doctor Isaac
Puente, "la medicina no puede ofrecer al organismo enfermo un
sustitutivo de la fiebre capaz de igualarse con ella en resultados, ni
de reemplazarla en eficacia curativa. La primera indicación es respetarla cuando no alcanza proporciones excesivas".
El
mejor tratamiento es, pues, ayudar con nuestros recursos terapéuticos a
cumplir los objetivos que pretende la propia fiebre, hasta hacerla
innecesaria por haberlos conseguido. Es decir, actuar a favor del
esfuerzo orgánico en lugar de suprimirlo. Solo cuando esto no baste hemos de acudir a la medicación.
Paralelamente, si existe un origen claro de la fiebre, como una infección bacteriana, se puede complementar el tratamiento con antibióticos naturales como el propóleo o plantas inmunoestimulantes como la equinácea.
Un eficaz mecanismo de protección
Al llegar toxinas al torrente circulatorio ciertas células, básicamente glóbulos blancos, liberan los llamados pirógenos endógenos. Estos dan la orden al centro nervioso termorregulador de aumentar la temperatura; además estimulan la producción de linfocitos T, células esenciales para la inmunidad.
Cuando la temperatura supera los 38 °C, el interferón (una
proteína que produce el organismo con capacidad antivírica,
antibacteriana y neutralizadora de otras sustancias extrañas) se vuelve
hasta tres veces más potente.
La mayor temperatura corporal dificulta el crecimiento de las cepas bacterianas o víricas y de las células cancerígenas, lo que disminuye su capacidad destructiva.
El organismo se depura
Las combustiones internas que se
producen en la fiebre destruyen las sustancias morbosas,
desintegrándolas y haciendo posible su eliminación a través de los
emuntorios orgánicos, es decir, a través del sudor, la orina o la respiración.
Este efecto no solo afecta a los posibles tóxicos
de origen bacteriano, vírico, medicamentoso, etc. que acaban de llegar
al organismo, sino también a los depósitos de catabólicos orgánicos que
llevan tiempo generándose.
Todo ello contribuye a que pasada la fiebre la persona suela recuperar la vitalidad y alcanzar un mayor grado de salud que el anterior al proceso febril.
La fiebre permite al cuerpo centrarse en lo prioritario
La
anorexia o falta de apetito característica de la fiebre reduce el gasto
energético propio de la digestión y concentra todo el esfuerzo orgánico
en incrementar la inmunidad y combatir la agresión, infecciosa o no.
Según Manuel Lezaeta y su Doctrina Térmica, la fiebre es también un mecanismo de ayuda para restablecer el equilibrio térmico corporal al
llevar la sangre de los órganos internos, habitualmente congestionados,
a la superficie de la piel, que frecuentemente se encuentra mal
irrigada.
Por eso, el mejor tratamiento para una persona con fiebre es utilizar nuestros recursos terapéuticos para ayudar a cumplir los objetivos que pretende la propia fiebre, hasta hacerla innecesaria.
Líquidos y descanso
La falta de apetito que acompaña a la fiebre indica que conviene evitar un sobreesfuerzo digestivo. Su función depurativa y desintoxicante sugiere la necesidad de una dieta líquida de fácil asimilación: aportar líquidos que arrastren toxinas de los tejidos,
a través del torrente circulatorio, a fin de expulsarlas con la orina o
el sudor, e hidratarse bien para recuperar esas pérdidas acuosas.
Por tanto, ante una fiebre, sobre todo si es muy alta y con gran sudoración, se aconseja alimentarse a base de zumos de fruta naturales,
especialmente de cítricos que estimulen la inmunidad (dos o tres vasos
diarios), caldos de verduras depurativos (cebolla, apio, col…) sin aceite ni sal y con el zumo de un limón (dos o tres tazones diarios), y tres o cuatro infusiones al día de plantas depurativas (cola de caballo, salvia…), sudoríficas (saúco, jengibre…) y relajantes (tila…), que estimulen la limpieza y tranquilicen.
Todo
esto puede acompañarse de preparados más específicos para la enfermedad
que causa la fiebre (tomillo en problemas respiratorios, manzanilla en
los digestivos…). También habría que beber durante el resto del día uno o dos litros de agua según la cantidad de orina o sudor eliminados.
Hasta que no desaparezca la fiebre no conviene iniciar una dieta sólida, y se ha de recurrir a frutas y ensaladas para la transición a la dieta habitual.
Si se tiene una febrícula, o la temperatura no llega a 38 ºC, puede adoptarse inicialmente una actitud expectante con reposo y dieta líquida.
El reposo siempre facilita que la mayoría del gasto energético se
concentre en estimular el sistema inmunitario y los mecanismos internos
de autorregulación, así como la combustión de toxinas.
Si es una fiebre más alta podemos ayudar provocando la sudoración, abrigándonos en la cama con suficientes mantas e ingiriendo los caldos vegetales y las infusiones (especialmente la mezcla de tila, saúco y jengibre) bien calientes.
Las envolturas de tronco con agua fría, de dos o más horas de duración, también provocan la sudoración.
Limpiarse bien por dentro
Una medida muy eficaz en la mayoría de pacientes con fiebre, sobre todo si el origen es infeccioso, son las lavativas o enemas, aplicadas a temperatura levemente fría. Aparte de refrescar y descongestionar, la limpieza intestinal elimina residuos y sustancias tóxicas que la mayoría de las veces forman parte del entorno que alimenta a los virus o bacterias patógenas.
Para que sea eficaz un enema en un adulto debe ser al menos de litro a litro y medio de líquido
(en niños un cuarto de litro o medio es suficiente). La irrigación se
hace con una infusión normalmente de tomillo o manzanilla, por su poder
desinfectante y antiinflamatorio.
El reposo, la dieta líquida, la sudoración y los enemas de limpieza
son medidas que actúan en solidaridad con el organismo y facilitan la
desaparición de la fiebre porque le ayudan a cumplir su función.
En ocasiones, cuando la fiebre se dispara a temperaturas muy altas, 41 o 42 ºC, podemos recurrir a una serie de seis frotaciones frías,
una cada media hora, o a envolturas de tronco con agua fría poco
escurridas y de corta duración (veinte o treinta minutos), para bajar la
temperatura de forma temporal con un tratamiento sintomático no
medicamentoso.
El dolor de cabeza que aparece en ocasiones por la
congestión o la movilización de toxinas puede aliviarse también con los
enemas, con las envolturas de tronco, aplicando una compresa fría en la frente o con la aplicación de calcetines hidroterápicos
(ponerse unos calcetines de hilo o algodón mojados en agua fría y
escurridos, otros secos encima de ellos y unos terceros de lana sobre
los anteriores).
Cuándo hay que medicarse y por qué ser prudente
La fiebre es quizás el más característico de los fenómenos de defensa del organismo.
Es una respuesta a una agresión previa encaminada a restablecer la
armonía perdida y la salud. Un aforismo hipocrático ya decía: "dadme calentura y curaré los enfermos". No hay que suprimirla, sino entenderla y ayudar.
1. Cuando se prolonga o sube excesivamente
Siendo conscientes de que la fiebre cura, cuando esta se prolonga en exceso en el tiempo, o la temperatura es muy alta y la ayuda que hemos prestado no es suficiente, necesitamos un tratamiento supresivo eficaz.
Los antitérmicos pueden ser útiles, pero no hay que olvidar que hay un
problema pendiente que conviene abordar con un tratamiento depurativo
para evitar recaídas.
2. La ayuda homeopática
En homeopatía existen medicaciones útiles para controlar la fiebre alta. En concreto, la belladona
puede considerarse eficaz en estas situaciones, normalmente a potencia
30 CH y según la frecuencia que indique el profesional (de cada 4-5
minutos hasta cada 24 o 48 horas, según la gravedad).
3. Los riesgos de medicar de forma sistemática
Lamentablemente hoy en día se actúa de forma sistemática suprimiendo la fiebre con medicación
(paracetamol es el medicamento más utilizado), ya sea por considerarla
como un síntoma negativo que hay que neutralizar o simplemente por
comodidad.
Esto hace que el efecto de limpieza, estimulante de la inmunidad y curativo,
propio de un proceso agudo como la fiebre, no se produzca, y se
mantenga un terreno y un sistema defensivo frenado en sus capacidades,
lo que facilita futuros procesos patológicos que pueden llegar a
cronificarse.
Esta medicalización es preocupante, sobre todo en la fiebre infantil. Según estudios recientes, el 50% de los niños que sufren fiebre reciben dosis incorrectas de fármacos por parte de sus padres.
cuerpomente
sábado, 5 de octubre de 2019
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