Según se cuenta, desde niño destacó entre los
demás por su sabiduría y con sólo 14 años, tras un extraño coma,
decidió dejarlo todo para dedicarse enteramente a la persecución y la
enseñanza de la verdad, la rectitud, el servicio a los demás. Se
proclamó la reencarnación del santo hindú Sai Baba de Shirdi
y “avatar” para nuestra era. Eso viene a ser una especie de encarnación
divina enviada a la Tierra para favorecer la renovación espiritual de
todos los habitantes.
India, su país, le honró con un funeral de Estado que fue retransmitido por televisión y al que asistieron más de 200.000 devotos y simpatizantes, entre ellos el primer ministro, Manmohan Singh; Sonia Gandhi, líder del histórico Partido del Congreso; leyendas del críquet, estrellas de Bollywood y una pléyade de funcionarios, políticos y mandamases, la urdimbre de poder sobre la que el gurú cimentó su obra.
Sai Baba, que murió de un ataque cardiaco a los 84 años de edad en Puttaparthi, representa a la perfección la figura del maestro espiritual tan del gusto de Occidente desde que, en los sesenta y setenta del pasado siglo, en plena eclosión jipi y de la mano de famosos como los Beatles, entre la amenaza nuclear, el estruendo de Vietnam y la ingenuidad flower power, las filosofías orientales se convirtieron en faro vital de muchas generaciones. A diferencia de otros gurús, Sai Baba se alzó sobre las diferencias sectarias y ofreció un paraguas de ecumenismo a sus fieles, decenas de millones -entre 30 y 100, según las fuentes- en todo el mundo; amplitud de miras que se le devolvió en sus honras fúnebres, cooficiadas por representantes de diversas religiones. A diferencia de los hindúes de a pie, su cuerpo no fue incinerado, sino inhumado, como corresponde a un líder religioso.
Fritz Springmeier en Español
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