Todo comienza a principios de los años setenta, cuando un cohete de la NASA, llamado el Athena, perdió el control y cayó por la zona. Rapidamente un equipo de especialistas estadounidenses llegó para localizar el artefacto y contrataron algunos lugareños para ayudar a peinar la zona. Curiosamente, a pesar de todos los recursos empleados, incluyendo aviones, la búsqueda se prolongó por varias semanas. Cuando localizaron el cohete, se tendió un corto tramo de vía desde la estación de Carrillo, para sacar los restos del aparato y, además, pensando que estaban contaminadas con desechos radiactivos, se embarcaron varias toneladas de tierra del área vecina al lugar del impacto. Todas estas obras se realizaron bajo un fuerte dispositivo de seguridad, de manera que ni los lugareños pudieron ver los restos del cohete, lo cual hizo que tantos misterios y sospechas originaran muchos rumores.
Al cabo del tiempo, un lugareño de Ceballos, Durango, contó haber localizado una zona en la cual no se escuchaba la radio. El fenómeno fue investigado por especialistas de la ciudad de Torreón. De ahí salió entonces la hipótesis de la existencia de una especie de cono magnético sobre la región que provocaba ionizaciones en la atmósfera que bloqueaban la transmisión de las ondas de radio.
Y este fue el inicio de la leyenda de la Zona del Silencio. Además de la Zona del Silencio, la presencia de bancos de fósiles, de áreas con gran concentración de fragmentos de aerolitos, la existencia en la región de una especie endémica de tortuga del desierto y de la abundancia de nopales violáceos de escasa distribución, sirvió de ayuda para conferirle al área características sobrenaturales y de paso inventar una serie de mitos: desde el absurdo de que al entrar a la Zona del Silencio no se podía escuchar la conversación de otras personas, hasta la aberrante idea de que el lugar es una base de aterrizaje de extraterrestres.
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